¿Cuántas veces pensamos que hay una gran distancia entre lo que
pensamos, lo que decimos y lo que finalmente hacemos?.
Me planteo en las últimas semanas que uno de nuestros principales
objetivos como managers es el de mover a nuestros equipos y a la organización
entera, hacia una meta común, entendida por todos de la misma forma, sin
interpretaciones ambiguas ni diferentes que se conviertan en acciones dispersas
y erróneas.
Para ello, las estrategias deben emanar del corazón mismo de la
dirección de la compañía, fluyendo hacia abajo a través de los distintos
órganos que constituyen el esqueleto vertebrador de toda la compañía; hablo
especialmente de los mandos intermedios, que son en definitiva los responsables
que están en contacto directo con las personas que hacen posible que la
organización se mueva.
Sucede a menudo que desde que se gestan las principales estrategias de
la compañía y se convierten en acciones a llevar a cabo, hasta que llegan al
último de los empleados que deben ejecutar lo acordado, ocurren diferentes
situaciones que hacen que los objetivos no lleguen adecuadamente a su destino:
intereses particulares, actitudes negativas, resistencias al cambio, mensajes
no precisos o ambiguos, falta de sincronización entre los distintos
departamentos, ...
Veo a la organización como un todo en el que dirección, mandos
intermedios y empleados funcionan como capas entrelazadas perfectamente unas
con otras, donde la información necesaria fluye en ambos sentidos, y donde las
acciones que se llevan a cabo se corresponden inequívocamente a las estrategias
fijadas.
Para que esto ocurra, debe existir un elemento integrador que haga
posible todo este proceso; hablo precisamente de la confianza. Sin confianza
surge la desconexión, la pérdida de información entre el origen de la
estrategia y la ejecución de la acción. De este modo el rumbo de la compañía
será confuso.
Y me refiero a una confianza en ambos sentidos, tanto hacia arriba
(confío en que la estrategia dictada por la dirección es correcta) como hacia
abajo (confío en que las personas que tengo a mi cargo serán capaces de
desempeñar adecuadamente la tarea encomendada).
Por último, considero que el ejemplo que damos los managers al resto de
la organización debería ser ejemplar. La confianza de los empleados en nosotros
se afianzará cuando lo que pensamos, decimos y hacemos sea congruente.
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